El peso de las billeteras
EN MUCHOS destinos turísticos de sol y playa aún desconocen si podrán o no salvar este verano tan raro que nos ha caído encima, pero el Camino de Santiago ha vuelto a demostrar que se trata de una opción ideal para quienes desean pasar unas vacaciones en contacto con la naturaleza, haciendo deporte -¿acaso hay algo mejor que andar?- y visitando enclaves fantásticos cargados de historia. Las actuales cifras de peregrinos, lógicamente, no están alcanzando las registradas en 2019, cuando la pandemia sanitaria ni estaba ni se la esperaba, pero no hay más que darse una vuelta por el casco histórico para comprobar que, a pesar de todos los males, tanto el Obradoiro como las principales plazas y rúas están de bote en bote de forasteros cargados con sus mochilas y cantimploras. Hasta hace no mucho tiempo, los peregrinos eran vistos como una especie de visitantes de segunda o tercera división debido al erróneo planteamiento de que apenas consumen allá por donde pasan. Frente a ellos estaban, por contra, los llamados “turistas de calidad”, denominación en la que entraban y aún entran los profesionales de alto poder adquisitivo que asisten a congresos o reuniones de toda índole y también los visitantes de corta duración que vienen con la idea clara de pasar un par de días a todo tren. Pues bien, nadie duda que unos turistas gastan más que otros, pero también es un hecho indiscutible que el goteo constante de dinero que dejan los peregrinos resulta importantísimo, mucho más que el de los visitantes de otro perfil, para mantener vivos muchos municipios del Camino que basan buena parte de su economía en los hospedajes, las pequeñas tiendas de comestibles, los bares y los servicios de todo tipo que prestan a los caminantes. En cuanto a lo del “turismo de calidad”, nada hay que peor que realizar dichas mediciones tomando como única referencia el peso de las billeteras. Eso lo deberíamos tener muy claro.