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El poder, al fin y al cabo, es control. Y, a falta de control, el caos. Y, francamente, ya estoy harto del caos que reina en este país. Nadie está en control de nada. Desde la parte alta del Ejecutivo hasta la parte baja de la Policía Nacional. La delincuencia de cuello blanco y la de los zapatos sucios está infiltrada en cada lujosa oficina y en cada bodega o almacén del Gobierno. En las calles, las pandillas –desde taxis– asaltan a todo el que se les ponga por delante. Solo falta que empiecen a cobrar impuestos porque circulamos en “sus” calles.