La mañana, tras la tormenta que todo lo cambió, es fresca y huele a limpio.
Sandra vuelve de sacar a su perro al paseo matutino y se dirige a su vivienda, en un bloque de apartamentos vulgares de un barrio vulgar. En la esquina del callejón contiguo a su calle, las sirenas de una ambulancia y, a pocos metros, las de un coche de policía emiten sus conocidos destellos.
Un grupo de curiosos se acerca a ver qué ocurre. Sandra lo observa desde la distancia, sin adentrarse en la escena.
–Por favor, dispérsense y dejen pasar a los sanitarios –dice un policía, con voz cansada.