Hace cinco años, en los prolegómenos de otro España-Argentina olímpico, Fabricio Oberto, protagonista del pasado, se rendía a la evidencia desde una de las tribunas del Carioca 1 de Río de Janeiro. "Nos ganan siempre. Si me das a elegir, nunca quiero un cruce con España". Unas horas después, la albiceleste volvía a chocar contra su muro recurrente, mismo idioma, diferente acento, también en la cancha. Su edad de oro, la nuestra, ambas marcadas por los enfrentamientos mutuos. "Dos buenos equipos con tradición competitiva y una rivalidad muy sana pero a la vez muy viva", anunciaba