Gaspar, El Lugareño El reiterado pregón se escuchaba por toda la ciudad. Era la voz de aquel vendedor oriundo de aquella porción del Camagüey donde proliferaban los verdeantes limones de jugo abundoso. Se compraban diez de aquellos, quizás hasta 15, por un humilde peso cubano, en dependencia de la estación más o menos lluviosa. Luego la cosa apretó, como van apretándose siempre las clavijas del desastroso estado de la economía insular, y entonces se pagaban a cinco por peso... Luego tres, dos, uno... y de allí el precio subía en proporción inversa: tres por cinco, dos por diez... hasta llegar a no encontrarse ninguno, y apagarse, por años la voz del pregonero...