Debería pervivir este emblemático lugar.
Así como se desvanecieron el marchante turco, el amolador italiano, la vendedora de conservas y majaretes, el tintorero chino, la señora del san, el pociclero oriental, la partera, el raspadero maracucho, la señora del ponche andino, el vendedor de dupletas o el zapatero árabe, oficios ambulantes todos, así mismo, producto de la evolución –algunos la llaman dinámica– y la metamorfosis de la ciudad, desaparecieron todas las salas de cine que una vez engalanaron y le dieron fama a la avenida Sucre de Catia desde hace casi un siglo.
El crecimiento poblacional demandaba muchos servicios y sitios de distracción y esparcimiento, entre otros, los cines resultaron respuesta efectiva. De los que hubo apenas sobrevive el remozado Teatro Catia –reactivado porque funcionó un tiempo como depósito de lo que sea–, diagonal con la plaza epónima del Abel de América.